Cada vez son mas las familias que practican surf todos juntos. Padres e hijos comparten las olas y en muchos casos, también los viajes buscando nuevos “spots”. Hasta hace bien poco eran los chicos y chicas que comenzaban a practicar surf estaban influenciados por la afición de sus padres, pero estos últimos años estos “nuevos surfers» han sido los que han arrastrado a sus padres. Muchos de ellos se están convirtiendo en surfistas a partir de los 40, cuando sus hijos han comenzado a pedirles hacer un curso de surf durante el verano y ellos no tenían mas remedio que pasarse esas horas en la orilla viendo como se divierten sobre las olas.
Y como siempre sucede después de coger la primera ola, ya es casi imposible abandonarlo. Entonces llegan los fines de semana en los que hay que llevar a los hijos a la clase de surf esperarles a que terminen su clase tomando un café en el bar de la playa o caminar por la orilla de la playa de arriba a abajo. Fin de semana tras fin de semana esa hora de clase de su hijo cogiendo olas les hace pensar que seguramente hay otra manera de pasar ese rato en vez de estar pasando envidia viendo como se divierten. ¡Ha llegado la hora de tener la primera clase de surf!. Solo para pasar la hora que su hijo está en el curso y solo una clase. ¡Es para probar si me gusta!
Así comienzan la mayoría de padres a aficionarse al surf y para cuando se dan cuenta, es una actividad que están compartiendo con sus hijos.
En principio solo los fines de semana después, algún día de fiesta en el que no tienen nada que hacer, luego llegan las excursiones a esa playa que les han comentado en la que hay una ola de derecha ideal para ellos que acaba de comenzar con esto del surf. Y aunque en un principio no les hace mucha gracia ser los mayores en el agua, sobre todo cuando llega algún “renacuajo” y les pregunta con sorna:
-¿Señores, tiene hora.
Entonces escuchan cómo se ríen sus hijos que están a pocos metros esperando la serie con ellos. Pero a partir de tercer o cuarto “señor” y otras tantas olas después, parece que los padres también tienen su espacio en el agua. Y desde ese día no hay quién les eche.
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